Si hay un lugar en La Habana que resume la inventiva, el bullicio y la lucha diaria del cubano por sobrevivir, ese es La Cuevita. Este mercado, conocido como el «mercado negro más grande de La Habana», es un hervidero de gente, productos y negocios que no para ni un segundo. Aquí, el trueque, la compra y la venta se mezclan con el fango bajo los pies y el sudor en la frente. ¿Qué se encuentra en este lugar? De todo, literalmente. Desde aceite de girasol hasta juguetes de plástico, pasando por ropa, medicinas y hasta duchas artesanales. Pero, ¿qué hace de La Cuevita un sitio tan especial? Vamos a adentrarnos en este mundo donde el «resolver» es la ley.
Un mercado que nació de la necesidad
La Cuevita no es un invento nuevo. Sus raíces se remontan al Periodo Especial, esa época de escasez extrema en los años 90 que puso a prueba la creatividad y la resistencia del cubano. Fue entonces cuando surgieron las «candongas», mercados informales donde la gente vendía lo que podía para salir adelante. Hoy, La Cuevita es la heredera directa de aquel espíritu de supervivencia.
Aquí, el gobierno permite que los vendedores informales se instalen, aunque muchos de los productos que se comercializan son de contrabando. ¿El resultado? Un lugar donde puedes encontrar desde un pomo de aceite a 730 pesos cubanos (mucho más barato que en las tiendas estatales) hasta juguetes hechos de plástico reciclado. Para el cubano de a pie, este mercado es una tabla de salvación en medio de una economía que no da tregua.
El caos organizado de La Cuevita
Imaginen una calle llena de gente, donde el tráfico de personas es tan intenso que apenas se puede caminar. Ahora, multipliquen eso por diez. Eso es La Cuevita. Desde temprano en la mañana, el lugar está desbordado de personas. Vienen de todas partes: de La Habana, de las provincias, incluso del campo. Muchos llegan con mochilas y bolsas, listos para comprar mercancía barata y revenderla en sus localidades.
El ambiente es caótico, pero tiene su propio ritmo. Entre el fango y el bullicio, los vendedores gritan sus ofertas: «¡Aceite de girasol, 730 pesos!», «¡Desodorante, 700 pesos!», «¡Juguetes para los niños, 300 pesos!». Aquí, el regateo es pan de cada día, y el que no sabe negociar, pierde.
Pero no todo es color de rosa. El lugar es un hervidero de riesgos. Con tanta gente apretujada, los robos están a la orden del día. «Te pueden robar en cualquier momento», advierte uno de los vendedores. Por eso, muchos llevan sus mochilas al frente y vigilan cada movimiento.
De todo como en botica
En La Cuevita, la variedad de productos es asombrosa. Medicinas, ropa, zapatos, electrodomésticos, juguetes, productos de aseo personal… Lo que necesites, probablemente lo encuentres aquí. Y si no lo encuentras, es porque aún no has caminado lo suficiente.
Uno de los sectores más curiosos es el de los juguetes de plástico. Hechos con moldes artesanales, estos juguetes son una opción económica para las familias que no pueden permitirse los productos originales. Desde camiones hasta escopetas que disparan, todo está hecho con ese ingenio cubano que convierte lo simple en algo funcional. «Esto es supervivencia pura», comenta un comprador mientras examina un camión de juguete.
Pero no todo es plástico. También hay productos de calidad, como espejuelos, ropa y hasta electrodomésticos, que llegan a precios mucho más bajos que en las tiendas estatales. Por ejemplo, un kilo de azúcar que en otros lugares cuesta entre 900 y 1000 pesos, aquí se consigue por 600 pesos. ¿La razón? La mayoría de estos productos vienen de mercancías importadas que entran al país por canales no oficiales.
Un lugar de contrastes
La Cuevita no es solo un mercado; es un reflejo de la realidad cubana. Por un lado, está el ingenio y la solidaridad de quienes buscan ganarse la vida honradamente. Por otro, la informalidad y el riesgo que conlleva operar en un mercado no regulado. Además, el lugar tiene sus propias reglas. Por ejemplo, grabar con cámaras no siempre es bien recibido. «Nos expulsaron de un área porque no querían que grabáramos», cuenta uno de los visitantes. Al final, lograron entrar, pero la experiencia dejó claro que no todos están dispuestos a ser filmados.
Una causa solidaria
Más allá del comercio, La Cuevita también es un lugar donde se gestan iniciativas solidarias. Durante la visita, se compraron juguetes y otros artículos para donar a niños de un orfanato. «Esto es para alegrarles el día», explica uno de los compradores. Con menos de 3000 pesos, se logró adquirir una buena cantidad de productos, demostrando que, incluso en medio de la escasez, la solidaridad sigue viva.
Conclusión: ¿Supervivencia o rebeldía?
La Cuevita es mucho más que un mercado. Es un símbolo de la resistencia cubana, un lugar donde el ingenio y la necesidad se dan la mano. Aquí, la gente no solo viene a comprar y vender; viene a resolver, a buscar soluciones en medio de un sistema que no siempre las ofrece.
Pero, ¿es este el futuro que queremos para Cuba? Un país donde los mercados informales son la única opción para millones de personas. La Cuevita es fascinante, pero también es una llamada de atención. Una invitación a reflexionar sobre cómo construir un futuro donde el ingenio cubano no tenga que limitarse a la supervivencia, sino que pueda florecer en un entorno de oportunidades reales.
¿Y tú? ¿Te atreverías a perderte en el caos de La Cuevita? Si la respuesta es sí, no olvides llevar botas. El fango te espera.